Sebas iba con Gurro, su porcino amiguito, en busca del robledal de
Cián. En él trabajaría hasta bien entrada la noche, buscando setas. En
realidad, con la ayuda de Gurro, probaría suerte con las trufas. El
cielo anaranjado despedía laminitas como de cristal de colores, y al
chiquillo, aquel frío de mañana se le iba despegando con las luces
caldeadas del cielo...al cabo de algunos minutos, un astro iridiscente
los bañaba en auras de color.
Pasaron los “Colmillos de Duna-Antigua”, rodearon los pueblos de La
Ramerilla y Los Juncales, y en el camino de albero amarillento de
“Duques de San Diego” descansaron y bebieron del manantial de la
montaña de Orol...
Cantaron las Odas de las setas, levitaron los panes de los vientos y
los llevaron a sus bocas abiertas. Reanudaron el camino con ese disco
tan alto y rojo, el aire tembloroso del calor y los ojos apurados.
Cuando llegaron al robledal, ambos empezaron el “camino del olfateo”.
Sebas jugueteaba a imitar a Gurro, y éste, aunque le ignoraba cuanto
podía, en más de una ocasión le hurgó con su portentoso hocico en esos
morros sonrientes de muchacho.
Ese día encontró una trufa. Pero como no le dio tiempo a apartar a
Gurro, que la mordisqueó a consciencia, no le valió de mucho. Cuando
llegó a casa, su madre le regañó, pero su padre, enfermo en cama, le
susurró al oído la historia de un niño y su cerdo, que partieron en
busca de setas...
“Muy enfermo...”
Diez años después, en un camino amarillento, de albero viejo, un
muchachote curtido y con humilde vestimenta -un granjero sin duda-,
bebe agua formando cuenco con manos firmes, de una fuente de agua
cristalina y fresca. El líquido vierte entre ranuras humanas su firme
sustancia y cae a peso en el suelo reseco y ardiente.
Sebas observa ese cambio de coloración del suelo, esa mancha húmeda,
esa cohesión del polvo y la tierra con el agua de la vida...Lo mira
mientras un recuerdo asalta su mente:
Su padre, en el hospital, derrama su vaso de agua y se mancha las
sábanas; tienen un olor a humedad y podredumbre insoportables,
mezcladas con ese “túmulo medicamental” de hospital...Él se echa a
llorar, y su padre le da de besos en la frente. “Huele a esperanza,
hijo, no olfatees la miseria de este lugar” le dice con dulzura su
padre.
”Huele la trufa, mi niño, su aroma intenso y sutil a la vez.”
Lo intenta. Pero tan sólo huele a su padre enfermo de células locas y a cosas malas en el aire. Incluso lo blanco le recuerda a su madre con la lejía. A él le salen ronchas si un perdido vaho de aquella sustancia penetra sus fosas nasales. Su mundo se pierde en el hospital. Su padre se va...
”Huele la trufa, mi niño, su aroma intenso y sutil a la vez.”
Lo intenta. Pero tan sólo huele a su padre enfermo de células locas y a cosas malas en el aire. Incluso lo blanco le recuerda a su madre con la lejía. A él le salen ronchas si un perdido vaho de aquella sustancia penetra sus fosas nasales. Su mundo se pierde en el hospital. Su padre se va...
Deja de lado ese recuerdo, esa visión y sus ojos mentales enfocan su
conciencia a ese círculo mojado del suelo. Oye unas pisadas y se
vuelve, dejada de lado la ensoñación. Su cerdo Gurro, enorme y
lustroso, corre hacia su amigo con alegría porcina... Por detrás, con
el sol regando sus plateados cabellos, su padre le sonríe.
Hoy encontrarían trufas
Oda de las Setas (fragmento)
"Cumbres y montañas pesan a la tierra,
que benévola las apaña y cimbra en las raíces,
y del mismo suelo, hijas de la madre,
crecen y gritan a la lluvia, las setas,
y lombrices de cristal acarician sus testas
doradas de agua y azur..."
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