Pasaron los siglos en el mundo y aconteció que los enanos de Madriasor, que
hasta el momento habían gozado de las simpatías de todos los Dioses, y de la
amistad de los diversos pueblos de Gäkiu, descubrieron el Angakiî, una
piedra como no se había visto en ninguna zona del mundo. Y esta piedra tenía
una particularidad que la hacía única, pues veía en los corazones de los planos
y permitía viajar en el espacio con un simple pensamiento.
Los Dioses mantuvieron el aliento, porque no distinguieron en el Sueño Común
tal creación. Se miraron unos a otros e interrogaron mas ninguno de ellos dijo
ser el creador. Y la piedra del Destino seguía en poder de los enanos.
El Emperador Tolkor de Madriasor, había ya mandado llamar a todos los sabios de
los enanos; había arrancado de sus hogares a todos aquellos conocedores de las
artes mágicas y logró desentrañar ya parte del secreto del Angakiï.
En cuanto supo del poder que había conseguido lo ocultó del mundo, forjó una
torre de hierro y piedra en la cual se encerró con la piedra mágica, y
ordenó a las cuatro provincias de los enanos que se prepararan y
protegieran las fronteras
Pasaron los años...
El temor a una invasión de los elfos, que desde que conocieron la existencia
del artefacto, habían intentado por todos los medios solicitar una
audiencia, latía en los corazones de todos los subditos. Los enanos se
armaron y atrincheraron en su reino. Sabían de los movimientos de tropas en
todo el mundo. Todo Gäkiu sonaba con los tambores de guerra…
“Los Dioses estaban perplejos”
Los trolls dejaban sus tierras hacia el norte. Los elfos tenían preparada la
armada. Los hombres, arrinconados, simplemente luchaban para no ser aplastados.
Los orcos, goblins y drows formaron un ejército como no se había visto jamás, que
empezaba a desfilar desde el este, hacia la Cordillera del Mol, hacia las
tierras de Madriasor. El sol no era capaz de iluminarlos a todos. Las carretas
de provisiones llenaban el horizonte y las enormes sombras proyectadas, diríase
que formaban ríos.
Por la noche, en la oscuridad más completa, las sombras tan sólo eran
rasgadas por los reflejos de miles de armas al juguetear con la luna, en todos
los rincones de la tierra…
“ Y los Dioses seguían estando perplejos…”
Y entonces todo estalló…porque como dijimos, ¡todo Gäkiu sonaba con los
tambores de la guerra!
¡Todo estalló! Y empezó una guerra que duró siglos, y los hombres lloraban,
pues llevaban la peor parte, y fueron esclavizados, anulados y corrompidos...
Mandala se encontraba rodeado de sus acólitos más preparados. Ahora, al
final de su vida, postrado y casi sin aliento, necesitaba poner su alma en paz
y contar, como tan sólo un sumo maestro de Tintrai Kalarân podía hacerlo, la
verdadera historia de la caída de los dioses y el levantamiento humano desde
Toirdar y las tierras de fuego de Aven-sî, hasta Zelirivan, en el otro
extremo del mundo.
Observó con cariño a Galeo. Rememoró cuando maestro y chiquillo se sentaban a
las afueras de la enorme ciudad, entre los jardines. Por aquel entonces no
habría pensado que aquel muchacho curioso e indisciplinado pudiera convertirse
en uno de los mejores alumnos que cualquier profesor de le Historia y el
Secreto de Gäkiu, pudiera tener…
Se contempló las manos, cubiertas de arrugas y lunares que no recordaba haber
tenido antes…Su tiempo se agotaba. Y llegaba el momento para sus discípulos:
los seres más sabios que jamás se habían forjado. Hablaban todas las
lenguas de los hombres y alguna que no había sido pronunciada desde el
principio, en la era de los antiguos trolls; dibujaban la realidad con la
templanza de un lúcido prestidigitador; conocían todas las historias
pasadas y recogían fielmente las que se producían en estos momentos. Diez
años hacía que no le había sido necesario instruir a ninguno de ellos, pero el
secreto que su orden le obligó a mantener era firme en sus reglas y propósitos.
Porque hasta la llegada de su muerte inminente no podía dejar en manos de sus
pupilos esta malhadada información que le había consumido en vida y sin duda,
le mantendría atormentado en la muerte, a no ser que ésta fuera en verdad el
olvido y la inconciencia, como en realidad deseaba el anciano con toda su alma…
Les llamó a los tres: a Lumbar de Oren, a Sereto de Ithalo, y a Galeo, de
Tintrai. Vieron pasar ante ellos a una procesión de niños que corrían hacia
atrás mientras tiraban fruta podrida a un elfo que –encandenado - era
arrastrado cruelmente por dos fornidos guardias de la ciudad. Los estudiosos se
quedaron mirando en silencio el espectáculo y Galeo murmuró: “…algún día
cambiará esto”. Todo quedó en silencio…y aunque la mirada de reproche del
maestro les incomodó a todos, no por ello dejó Galeo de mirar orgullosamente al
viejo, que terminó bajando la cabeza con un suspiro…
Fue entonces cuando de los labios de ese anciano surgió la historia más
increíble y trágica que jamás hubieran imaginado los tres estudiosos
historiadores.
--
Relato de la Caida. Parte II (por Mandala Ubi Awh, sumo maestro de Tintrai
Kalarân)
Desde Eneador y Zelirian salieron los dos Emperadores Elfos del Oeste del
Mundo. Miles de embarcaciones pasaron al sur de la Ciudadela Mipli, bordearon
el cabo de Meirak y se dirigieron hasta la desembocadura del río Mohar, al sur
del lago Eroido.
Hasta el momento la guerra desde el Oeste hasta las tierras de los enanos se
había cobrado enormes pérdidas en ambos bandos. Los elfos se lanzaban por mar y
llegaban hasta los emplazamientos que el Rey Tolkor tenía al sureste del río
sancrito, en Ithalo, pero hasta el momento ninguna de las incursiones había
logrado mover un ápice el ánimo de los enanos.
Y tras tanto tiempo de movimientos, batallas, sangrientas incursiones...un
tiempo equirable a varias generaciones en las vidas de los seres humanos, ahora
los Emperadores elfos habían decidido sentenciar de una vez la contienda...
Los elfos se contaban por docenas de miles. Sus magos eran terriblemente
poderosos, pues entre sus filas contaban con los drauiös, hijos de la magia
etérea, y con las nagü, hijas de la magia eërica. También se habían sumado a
sus filas los duendes del Bosque de Ibhlarith, pero estos no fueron por
voluntad propia a esta guerra, sino por defenderse de las amenazas de los
crueles dirigentes élficos.
Para cuando empezaron a llegar las naves, desde la costa, unos inmensos
gigantes lanzaban enormes rocas de las entrañas de la tierra misma, con tan
poderosa potencia y eficacia, que demolían las primeras lineas de embarcaciones
que llegaban a la costa. Las enormes criaturas, dirigidas por los enanos,
lanzaban rugidos que se perdían en el crujir de los látigos estrellados contra
los esclavos remeros, allá en el mar, entre los ejércitos élficos, y el romper
de las olas en la playa empezaba ya a violar la arena con los primeros
cadáveres y restos de los navios destrozados. Docenas de barcos y naves de
transporte perecieron en las aguas del mar central a causa de los Gigantes del
continente de Arteniteka, al norte de Madriasor y el reino de los enanos de
Tolkor . Y es por esto, que hoy en día, a las bahías del Ithalo se le llaman
las puertas marítimas de la muerte, y no son pocos los que evitan estas aguas y
prefieren entrar por Siena y viajar al norte por tierra…
Llegaron los elfos hasta la playa, derrotaron a las tropas que defendían esta
posición, se congregaron y esperaron al desembarco de la mayor parte del
ejército, y subieron la loma del águila…Y al frente de sus tropas iban los
perros de la guerra, humanos esclavizados, más animales que hombres, con
collares de enormes púas provistas, de las que salían cadenas que manejaban sus
dueños y que no usaban tan sólo para dirigirlos, como así se dejaba entrever
por las espaldas destrozadas a golpes...
Mientras tanto …
El maestro se detuvo, mareado. Los pupilos se miraron unos a otros, casi sin
dar crédito a todo lo que estaban escuchando, porque no habían conocido jamás
de esa versión de la historia. Tan sólo el agudo quejido de su maestro y tutor
los sacó del ensimismamiento en el que se hallaban. Su maestro se estaba
muriendo y lo sabían. Se levantaron y llamaron a voces a los sirvientes, pero
Mandala los retuvo, tomó un poco de agua de la bolsa que le tendía Galeo, y les
exhortó a que continuaran sentados y escuchando… Nada importaba en ese momento,
ni los gritos del elfo que era torturado unas calles más arriba, ni los torpes
intentos de una mujer mugrienta, que intentaba fortuna con uno de sus
sirvientes, al otro lado del jardín, ni lo que sabían o creían saber hasta
ahora…Nada importaba…
Mientras tanto, desde que supieron de la piedra, los trolls habían arrasado
Tintrai Kalaran y Siena, y todos los poblados humanos que habían encontrado en
su camino. A sus espaldas, el sufrimiento dejado a su paso no tenía parangón en
ninguna época, ni anterior ni posterior, en la historia de las razas y los
dioses. No hacían esclavos ni prisioneros…tan sólo la masacre y la desgracia
acompañaban a los que tenían la desgracia de querer proteger sus tierras o su
familia. Las fuerzas de los trolls eran terribles, no en número, como la de los
elfos, pero cuando hablamos de miles de trolls, estamos hablando de un poder
sobre la tierra que tan sólo se vio en una Era oscura y terrible.
Fueron siglos de podredumbre entre las tribus del hombre, en el continente
medio y en todo Gäkiu...
Pero ahora, mientras los elfos llevaban a cabo el mayor movimiento desde el
inicio de la guerra, el ejército del Rey Troll Aegram-krô, había llegado a la
ciudad de Ithalo, la había destruido y saqueado. Y el odio de sus lacayos por
todas las razas vivientes de Gäkiu se materializó en la mayor matanza de la que
se sepa hasta los tiempos actuales. Y Oügu, el dios protector de esta raza
malvada, los ocultaba del sol, y así llegaron hasta las planicies del lago
eroido, frente a los elfos y la llanura de Madriasor, pues también iban los
trolls tras la piedra viviente de Tolkor, el Angakiï. Y sabía Aegram-krô del
poder que embargaba la piedra, por su Dios, y la temía y ansiaba en lo más
profundo de su ennegrecida alma…
Y sabemos que los orcos, goblins y drows formaron un ejército como no se había
visto jamás, que empezaba a desfilar desde el este, hacia la Cordillera Efasia,
hacia las tierras de Madriasor. Dicen los antiguos manuscritos que el sol no
era capaz de iluminarlos a todos. Que las carretas de provisiones llenaban el
horizonte y las enormes sombras proyectadas, diríase que formaban ríos. Eso
dicen los manuales de historia de los hombres…
Durante mucho tiempo habían estado supurando las raices de la tierra misma, por
las heridas hechas en el calor de las miles de fundiciones y fraguas
gigantescas que surtían a los ejércitos de las razas del este. Y es por esto
que desde Toirda, Beigon y Hangora, pocos bosques quedaban por talar y el humo
de las fraguas ennegrecieron estos cielos durante docenas de años...
Y durante todo este tiempo masacraron las tierras del este del mundo. Y las luchas
entre drows y los elfos que se libraron por mar quizás fuera la causa de que el
Imperio de los enanos aguantase, pues los drows fueron debilitados hasta un
punto en el que tuvieron al fin, que aliarse con los orcos del este de Hangora,
y esto marcó el destino de la guerra de las razas...
Y entre las fuerzas de las que hablábamos antes, iban cientos de driders y de
ogros, y terribles demonios, del mundo suboscuro, se habían aliado
con extraños y maléficos propósitos. Al frente de los orcos iba el Dirigente
Kog Am, uno de los mayores guerreros orcos de todos los tiempos, un experto en
el campo de batalla y una de las mentes de la raza orca más inteligentes y
viles que se hayan visto nunca. Llevó al campo de batalla bajo su bandera, a
todas las facciones orcas, desde las hordas de Surid y Toardar hasta las de
Oren y Angora, pertenecientes a las noblezas orcas, desde su asentamiento tres
siglos atrás en tierras antaño de hombres y elfos. Y de hecho fueron los
antepasados de Kog Am quienes empujaron a los elfos desde el continente central
hasta las zonas del oeste del mundo…y en esto pensaba Kog Am seguramente,
cuando al mando del mayor ejército que haya hollado la faz de la tierra, de
orcos, goblins y drows…se encontró a las puertas de Madriasor, y lo que vió le
heló la sangre en sus verdes venas…
Cuando los Emperadores Elfos del Oeste del Mundo llegaron a las Puertas
de Madriasor se encontraron con una escena que no habrían imaginado
jamás…Porque vieron la Torre del Emperador enano, la KaigToer, y miraron a los
cielos en busca del final de tan abrumadora obra, mas no la hallaron. Un foso
enorme, custodiado por gigantes, les esperaba, detrás de un abanico
inmenso, en el que cuatro anillos de terreno extensísimo, ocupado por el
ejército enano, se hallaba preparado para la defensa de las tierras del norte.
Los infantes enanos ocupaban las primeras posiciones, con picas y escudos, en
falanges tan cerradas que no se filtraba ni un hilo de luz. Criaturas de la
tierra ayudaban a las fuerzas enanas, como lo habían hecho desde el principio
de los tiempos, los hijos del Dios Etan, hermano de Eban, señor del Fundamento
y la Corona, guardián de la Piedra Maldita y origen de la perspicacia en el
mundo…
Entonces Ili Eim Padar, Emperador de los elfos del Oeste del Mundo, hermano del
Emperador elfo Aigua Eim Dejar, alzó los brazos y de las yemas de sus dedos
salieron unas notas musicales espantosas, llenas de muerte y ruina. Y las filas
del oeste cargaron contra los enanos…
Cuando llegaron los trolls a las puertas de la la KaigToer, hasta el mismísimo
Rey Troll Aegram-krô se quedó en silencio, perturbado e intentando
asimilar la imagen que tenía frente a sus ojos. Sus hijos, los trolls,
aullaron, pero parecían nerviosos e intranquilos…Frente a ellos, millares de
muertos sembraban la tierra, los cielos negros hendían espadas de sangre y
fuego. Nunca habían contemplado semejante batalla: enanos y elfos, pero
también criaturas que nunca antes habían visto, y enormes gigantes, una especie
a la que no conocían, y que les impresionó hondamente por el tamaño y su
brutalidad en la batalla. Y magia, por todas partes: el aire estaba tan cargado
que hasta les costaba respirar. Pero se dice de los trolls que no suelen
desestimar una buena lucha…no digamos ya una batalla de tal magnitud…Porque
después de la primera impresión, el Rey Troll lanzó un sobrenatural rugido, tan
potente y portentoso, que hasta se oyó en la montaña Eltowi, morada del Dios
Eban, que alzó la cabeza y ascendió a los cielos. También se oyó el rugido del
terrible Aegram-krô entre los ejércitos enzarzados en la lucha. Y no fueron
pocos los que al ver el ejército de los trolls irrumpir en el terreno de
batalla, intentaron huir o empezaron a sollozar dándolo todo por perdido, tanto
en un frente como en otro.
Durante tres días con sus noches continuó la batalla. Los Dioses ayudaban a sus
ahijados en lo que podían, e incluso se enfrascaban en discusiones airadas con
sus semejantes de diferentes alienaciones. Los elfos muertos se contaban por
centenares de miles en el campo de batalla. No habían dado ni lugar para
recoger a los muertos en ninguna de las facciones. De los tres ejércitos tan
sólo el enano resistía, inmóvil como una roca frente a la torre de hierro y
roca del Emperador, aunque las pérdidas habían sido terroríficas también. Los
cielos crujían y portentosos rayos horadaban su roca, mas la torre aguantaba…
Y al comienzo del cuarto día se abrió la brecha entre las montañas del norte, y
de esa brecha surgió el ejército del Dirigente Kog Am, y entonces todas las fuerzas
del cielo y de la tierra –ese día- se contemplaron unas a otras…
Cuando Eban llegó a los cielos de la contienda se encontró con sus hermanos y
hermanas discutiendo tan acaloradamente que habían olvidado ya a sus
protegidos, que morían continuamente debajo de ellos. Todos querían saber del
enigma de la piedra Angakiï, de qué parte del sueño había surgido y su
propósito, y sabían que alguno de sus hermanos o hermanas les engañaba.
Fue entonces cuando Eban empezó a reir, de una forma tan despiadada que los
dioses se retiraron y la tierra tembló, abajo en el fragor de la batalla…Y
Eban, Señor de la Bondad y el Conocimiento, hermano de Etan, origen del
discernimiento en la tierra, guardián y protector de la Torre Negra, habló a
sus hermanos. Y estos escucharon de cómo fue su voluntad la que corrompió el
sueño de ciertos dioses, amoldándolos y preparando la llegada de la piedra de
poder. Y cuando le preguntaron porqué lo había hecho, Eban les dijo lo que en
su corazón había sentido desde el principio de los tiempos, del dolor por la
mortalidad de los seres del mundo de Gäkiu, de su sentimiento de culpa y de su
redención. Entonces fue cuando los dioses comprendieron a lo que se refería
Eban, al hablar de redención, y todos sin excepción sintieron el terror en sus
divinas y preclaras mentes. La piedra de poder no era tan sólo un artefacto
para viajar entre los planos mortales: era la puerta a la divinidad, a la
inmortalidad que el plano celeste otorgaba.
Y fue entonces cuando empezó la guerra de los dioses. Y tras ella un nuevo
panorama cambió la faz de la tierra, hasta los días de hoy. Pero de esta
batalla y del desenlace de la guerra de las Tierras del Norte se habla en los
pergaminos de la Torre Negra. Y también allí se habla del inicio del
poder de los seres humanos en Gäkiu, de su levantamiento, auge y los imperios
que entonces se formaron.
Los Pergaminos de la Torre Negra
“¡Yo soy Tolkor de Madriasor! ¿Cómo osáis enfrentaros a mí? ¿Creéis que con
vuestras artes oscuras y vuestros ejércitos del averno podréis
derrotarnos? ¡Somos enanos! Ni en vuestros sueños más insensatos seréis tan
duros y resistentes como lo somos nosotros. ¡Somos de piedra!, de un material
que ni los mismos dioses saben que existe. Los enanos de Madriasor os demoleremos,
os borraremos del mapa…¿Cómo osáis atacarnos? …
¡Destrozaré los huesos, degollaré y morderé las venas y arterias del enemigo,
arrancaré con mis propias manos las vísceras calientes de mi oponente mientras
aún esté vivo! …Ah, sí, mi querida Agueia, mi diosa, mi madre, mi amante…sé que
nos has ayudado, pero no me pidas el Angakiï porque degollaré cien
carneros y envenaré su sangre derramada en el altar frente a tus pies… ¡porque
no hay dios, demonio ni fuerza alguna en el mundo que me haga postrar el poder
de la Piedra…!”
(Manuscritos perdidos, versión pagana de “Alaridos desde la Torre Negra”,
Biblioteca de la Ciudad Flotante de Enieî)
Se llamaba Kirondetel y era el hijo mayor de Ubitno, un pescador de la
ciudad flotante de Enieî, al sureste de Siena, situada en medio del lago
Rastgoh. Era un humano, de cabello rojizo y frente pronunciada. Su
estatura elevada y porte esbelto eran alabados por sus amigos y familia más
cercana. Y aunque siempre fue protegido por quienes le amaban, desde
pequeño había sufrido el escarnio de la que su raza era objeto constantemente.
Porque antaño poderosa y bella, la ciudad de Enieî , ahora, tan sólo era un
recuerdo en la memoria de los tiempos.
Y las hordas de los orcos campaban a sus anchas y los esclavizados humanos eran
tratados cual bestias…
Pero todo cambió el día que el ejército orco salió hacia el norte. Los pocos
hombres que quedaron, que habían estado escondidos o simplemente habían salvado
la vida por suerte o astucia, según el caso, se quedaron en una ciudad, la
suya, muerta, destruida y malhadada a sus ojos dañados por el sufrimiento y el
tormento soportados durante tanto tiempo...
El joven pelirrojo reunió a su familia y amigos. Y en la plaza, junto al
río, al amparo de los ancianos del lugar, sus costumbres y ceremonias, hicieron
asamblea.
Todo habría quedado en una reunión para ponerse de acuerdo con respecto
al lugar a donde se dirigirían, si a las cuevas de las montañas o bien a los
oscuros límites de Siena, a la protección del bosque de los Antiguos. Pero en
mitad de la noche, el crepitar de la hoguera en torno a la que estaban reunidos
se volvió de repente violento y demasiado vívido. Y todos -hombres, mujeres y
niños-, contemplaron cómo de las llamas una incorpórea forma se elevaba sobre
ellos de una manera que ninguno era capaz de entender. En un instante, a todos
les pareció que el tiempo se detenía y entonces…lo vieron.
Y de las llamas en Enieî, surgió el Rey de Ébano, Qua Mü Trai , que en Ahëri,
significa “El muerto caído”, antiguo servidor del dios Aiskar. Y todos sabían
que se trataba de un demonio, y Kirondetel se le acercó, pues era el único que
podía hacerlo… y le preguntó en la lengua de los humanos de esa zona: “¿Quién
eres y de dónde vienes?” Y el demonio les habló:
“¡Humanos!, en las Tierras del Norte, frente al lago eroido, se está librando
la batalla final, aquella que librará a la humanidad del acoso de las razas del
mundo y de la injusticia de los pérfidos dioses blancos. He mirado desde las
entrañas de la existencia, más allá de los planos mortales, y he visto la
codicia de los elfos arrasar con las vidas de los hombres. He visto la
voracidad de los trolls devorar las vidas de los hombres. He visto la iniquidad
de los orcos y goblins, violar la dignidad de los hombres…
Pero subsistís, siglo tras siglo, escondiéndoos, sobreviviendo en condiciones
que van más allá del sufrimiento y la desolación.
Ha llegado el momento de que esto cambie, porque los enanos mueren y la torre
está a punto de caer. Muchos enemigos de vuestra raza están siendo
exterminados. Pronto quedarán tan sólo unos pocos. Pero la torre no ha de caer…
no ha de caer…
Sentí el dolor de vuestra raza desde el principio de los tiempos. De vuestra
mortalidad, de vuestro dolor y emociones que tanto me confundieron, hasta que
os conocí, hasta que me hice carne y anduve entre vosotros. Entonces comprendí
que el tiempo de los mortales no es equiparable al de criaturas atemporales y
que la intensidad del momento es el gobierno del hombre sobre los sucesos del
mundo…Cuando pude aceptarlo, y entenderlo, os tuve envidia, pero os amé, desde
el principio, hijos e hijas del hombre…os amé…
En la torre de hierro de Madriasor, se encuentra un artefacto, una piedra que
fue robada por Eban antes de que las montañas se erigieran o los animales andaran
fuera de los mares del mundo. Esa piedra tiene el poder de destruir vuestro
mundo para siempre, mortales, si cae en manos del Dirigente Kog Am. Su ejército
ahora mismo está siendo aniquilado, al igual que todos en el campo de batalla,
pues la ira de los dioses es grande y ellos mismos han entrado en la contienda.
Sin embargo, su llegada ha sido providencial y afortunada. Muchas fueron las
pérdidas de los enanos, elfos y trolls antes de que su ejército hiciera acto de
aparición. Y he ahí que ahora se encuentra frente a las mismas puertas de la
torre, y los gigantes de piedra del rey enano han caido…Si Kog Am destruye al
Rey Enano y consigue el Angakiï, toda la tierra sucumbirá al poder orco. Su
dominio será total y absoluto. Y la raza humana jamás volverá a
levantarse…
Pero esto no tiene porqué ser así, Kirondetel , hijo de Ubitno. Porque tú
puedes impedirlo, con mi ayuda…”
Las ramas en la hoguera seguían crepitando y el demonio permanecía sobre el
fuego mismo, ingrávido y sin embargo pesado, y ninguno de los allí reunidos
pudo aclarar más tarde, que ocurrió en aquella noche. Pero sí que les ardían
las palabras sobre la desgracia de los hombres en Gäkiu, y de la horrible
amenaza orca para todo su pueblo. Y en Kirondetel, hervía de pasión un ansia de
venganza que no le permitía casi respirar y todo su cuerpo temblaba de
excitación contenida. Así pues, paso a paso, se acercó al demonio y cuando
ambos estuvieron cara a cara, desaparecieron…
Tolkor de Madriasor, Rey Enano del Imperio de Madrasor, abrazaba la Piedra del
Destino con la fuerza de la desesperación, en la zona central de la torre, en
la última planta. En el pasillo que daba a las escaleras negras, frente a él,
los últimos guardias de la torre eran atacados por los ogros enviados por Kog
Am. Tolkor, que había presenciado la caída de su ejército, la lucha de los
dioses y la caida en desgracia de la tierra que le vio nacer, lloró allí mismo
por el destino de su pueblo y de sí mismo. Y cuando sintió en su craneo el
crujir de sus propios huesos, sintió asco, pero no por su enemigo o la forma en
que sabía era su muerte, sino de sí mismo, por cómo había conducido a la
desgracia todo un Imperio, pero ya era tarde, y no pensó más. Y el rey enano
murió, dejando caer al suelo el Angakiï.
El Dirigente Kog Am, subió las escaleras y arrancó la piedra del suelo con
rapidez y nerviosismo. Entonces se dirigió al enorme balcón de piedra negra y
miró abajo, a lo poco que restaba de su otrora poderoso ejército, pero él no
vio la carnicería que reinaba abajo, no fue consciente de que en las docenas de
kilómetros que rodeaban la torre, habían sido exterminados los mayores
ejércitos que se hubieran visto en la historia de Gäkiu. Tampoco fue consciente
de los cielos negros que se abrían por la expectación de los dioses, ni de la
calma que entonces se produjo…
Pero sí fue consciente de un murmullo que le recorrió la espalda, y de la
enorme espada negra que le salía del pecho y le rasgaba el corazón con certera
evidencia. Tan sólo pudo ver el reflejo de un demonio y el rostro juvenil de un
humano de cabellos rojos. Cuando cayó al suelo, desde allí, de cara al
horizonte, desde la torre, vislumbró un ejército de criaturas demoniacas, tan
negras y malignas como el infierno…vislumbró entonces, en su mente, las
hogueras de lo que antaño fuera su hogar, a las puertas de Surid, casa de las
viejas tribus de la facción Karâ Ig , la de sus antepasados, las puertas de la
desolación del orco, en las tierras del este…vio su pasado, y lo sintió como
sentía la cálida sangre que escapaba de su cuerpo y le cubría las manos...al
fin, vio la cara de su madre, una sola vez, en toda su vida... y murió.
Una historia final. Pacto con el demonio
El ejército que barrió entonces las últimas fuerzas que quedaban en las tierras
de los enanos, no tenía nombre. Tan sólo un propósito: aniquilar cada forma de
vida que encontraran en su camino. Y así lo hicieron…
Los dioses vieron que el plano desde el que habían llegado tan abyectas
criaturas, era oscuro y peligroso para ellos mismos. Pero cuando iban a
intervenir, fueron atraidos contra su voluntad hacia la morada divina del Gran
Hacedor, de su Rey y Señor. Y entonces él les golpeó con una ira tremenda y su
cólera era la del Principio y el Final, y su mandato, el encierro en las
profundidades del olvido…Y los Sellos de los Dioses fueron esparcidos por
Gäkiu, y en ellos iban las consciencias, esencias y principios de los
Dioses, que castigados por su padre, vivirían el tormento por los siglos
venideros…
Y ese fue el principio del tiempo de los hombres. El ejército demoniaco, una
vez cumplida su tarea, se dispersó en el mismo aire y la misma tierra. Y
también sucedieron cosas extrañas. Enfermedades como no se habían conocido
antes, invadieron las tierras del Oeste, en los reinos de los elfos, que las
sufrieron y fueron casi exterminados. Terremotos en las islas nórdicas, y en
las tierras de los orcos, que destruyeron los cimientos mismos de sus hogares y
les llevaron a penurias indescriptibles. Y por todo el mundo acaecían
hechos similares…
Pero los humanos se recuperaron y nacieron grandes héroes y guerreros. Las
ciudades se recobraron y reconstruyeron. Las mujeres procreaban como nunca lo
habían hecho, por dos y tres tenían a sus vástagos. Y el ser humano fue
creando imperios como el herrero forja sus espadas…
Y la piedra del destino desapareció, al igual que Kirondetel y el Rey de Ébano,
Qua Mü Trai , el demonio, también…Y en las historias de los hombres, esta parte
se ha perdido, y tan sólo unos pocos entre los sabios saben de lo que realmente
sucedió. Y temen constantemente, porque un trato con un demonio siempre es
génesis de destrucción…
Porque, cuando se trata de un pacto con Qua Mü Trai, ¿quién sabe qué ha tenido
que vender el futuro de los hombres, de las almas del mundo, para saciar la sed
de tan temible engendro?